Aterricé en Hong Kong en vísperas de la llegada del tifón Haima. Sin duda, las condiciones climatológicas influyeron en mi experiencia. La verdad es que no sabría decir si para bien o para mal. La cantidad de agua que llovió aquellos días, inundaron y dieron un toque lúgubre a la ciudad, convirtiéndola en algo especial, mágico.
Las calles se convirtieron en semidesiertas debido a las torrenciales lluvias y huracanados vientos. El entorno se convirtió en un contexto un tanto novelesco, de ciencia ficción.
Y hablando de ciencia ficción, Ridley Scott debió de inspirarse en esta ciudad para crear el ambiente único de su obra maestra : Blade Runner.
Esa decadencia mezclada con futurismo y esa melancolía reflejada en la necesidad de sentir y seguir viviendo de los androides acaba también invadiendo al viajero que visita Hong Kong.
Las calles oscuras, vaporosas por la lluvia y el humo de los puestos callejeros, mezclada con el color metálico de las luces de neón, tan bien reflejada en Blade Runner, encuentran aquí también su lugar
El diseñador chino Wucius Wong describió ese ambiente como “un ambiente distintivo que no es de China ni de Occidente, sino una mezcla de los dos. Es como un océano que encarna cientos de ríos”.
De hecho, es difícil no enamorarse de Hong Kong, al igual que del océano. Sin embargo, resulta complicado argumentar por qué. Si hablásemos de su arquitectura, seguramente cualquier ciudad europea le ganaría, del mismo modo que cualquier pueblo rural del sudeste asiático estaría por delante, si mencionáramos su exotismo.
Y… sin embargo… una elige dejarse abrazar por Hong Kong por todo esto y mucho más.
Estuve alojada en un hostal en donde compartí el zulo con otras 10 personas. Al principio estaba un poco reacia por el tema del alojamiento pero le cogí cariño a eso de envolverme en una cortina y dormir en el zulo.
Esto fue lo que escribí desde mi pequeño rincón hongkonés:
«Las luces de neón con letras chinas, los puestos callejeros, el orden del tráfico y del tren, claro símbolo de la influencia británica…
Los 7/11, los hoteles por horas y los sexshop, los rascacielos acristalados y aquellos edificios, altos también, que una no sabe cómo aguantan en pie, llenos de humedad, rodeados de andamios de bambú, llenos de pequeñas ventanas y pequeños habitáculos que hacen de hogar.
Chinos viejos encorvados, cigarrillo en mano, ejecutivos con su traje azul marino impecable, corriendo, jóvenes delgados, con gafas de pasta y pelos teñidos…
Olor a comida, a tabaco, a incienso…Chinos que hablan entre ellos en inglés, porque en Hong Kong predomina el chino cantonés frente al mandarín que se habla en la mayoría del resto de China.
Ruidos de sirena, anuncios en chino mandarín, cantonés y en inglés…
Hong Kong es una ciudad moderna y decadente al mismo tiempo. La tormenta que es constante estos días por la proximidad del tifón Haima le da un toque todavía más lúgubre
Hong Kong es una ciudad que incita a quedarse, a dejarse arropar por sus zulos y sus callejuelas que de una manera extraña, melancólica, cutre y exótica se vuelven exageradamente acogedoras. Hong Kong no es belleza… es otra cosa… es algo más”.
Por supuesto, no podía faltar una imagen para describir a Hong Kong y para mí, esta es la imagen. Ese edificio, demacrado, viejo, lleno de humedad, y junto a él, ese anuncio moderno, amplio, colorido, con rostros jóvenes y modernos. Es el resumen visual de esa ciudad.
Y tú, ¿has estado en Hong Kong? ¿Te has sentido identificada con el relato? Cuéntame tu experiencia en los comentarios.
Mientras preparo mi propia guía de Hong Kong puedes echar un ojo a la guía de los chicos de El Pachinko
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